En México, hoy, a las cuatro de la madrugada, una era llegó a su fin. La caída de Omar Treviño Morales, alias Z-42, líder desde 2013 del cartel de Los Zetas, marca el ocaso de un tiempo dominado por los grandes nombres del narcotráfico.
Con la captura de Treviño, hermano del legendario Z-40, y el viernes pasado de Servando Gómez Martínez, La Tuta, cabecilla de Los Caballeros Templarios, la lista de criminales que un día hicieron temblar las estructuras del Estado queda prácticamente vacía. Pero el terror, ese espectro que nadie consigue enterrar, aún domina amplias zonas del país.
La detención del Z-42 cobra importancia, más que por el personaje, que siempre vivió a la sombra de su hermano y heredó el trono ya en plena decadencia, por la terrible hilera de cadáveres que arrastra la organización. Formados por desertores de las fuerzas especiales del ejército mexicano, Los Zetas nacieron como un brazo armado del cartel del Golfo para hacer frente a sus rivales. De un sadismo extremo, sometían a torturas bestiales a sus enemigos, los mutilaban y decapitaban. Muchas veces grababan sus aberraciones en vídeo y las colgaban en YouTube.
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