Hecho en México

Colaboraciones Economía Enrique Martínez Gobierno Internacional Política

¿Qué tienen en común el pequeño sultanato de Brunéi y la democracia norteamericana? ¿En qué se parecen las pequeñas islas de Malasia y el extenso territorio continental canadiense? ¿Existe algún punto de comparación entre la laboriosidad japonesa y el rezago peruano? ¿Alguna semejanza entre la helada Patagonia chilena y la bochornosa costa vietnamita?… ¿Entre las pronunciadas serranías mexicanas y las vastas llanuras australianas?

Que a estas 12 economías (incluidas las de Singapur y Nueva Zelanda) las baña el inmenso Océano Pacífico.

Es necesario un mapamundi para comprender la lógica del Acuerdo Transpacífico de Libre Comercio (TPP, por sus siglas en inglés). Y aunque falta la ratificación por los congresos de los países involucrados, tener ya un documento final después de cinco años de negociaciones (dos, en el caso de México) y más de un millar de reuniones de trabajo, es una buena noticia.

En estos días se han vertido en la prensa opiniones editoriales y espontáneas de todo tipo. Desde las esperadas posturas globalifóbicas y maniqueas, que condenan y descalifican anticipadamente cualquier intento de apertura comercial, hasta los juicios optimistas de conocedores en la materia.

Por supuesto que en las negociaciones se trataron temas delicados e importantes para nuestro país, como los relacionados con la propiedad intelectual, la regulación de patentes, el contenido de integración nacional en el sector automotriz y la protección de la industria láctea, entre otros. En todos los casos, México logró llegar a un saludable punto medio, benéfico para todos.

La contienda de “Juego suma cero”, aquella en la que no todos los participantes pueden ganar, no es el caso de un acuerdo de esta naturaleza. La teoría más aceptada del comercio internacional dice que todos ganan cuando cada país se limita a producir los bienes en los que es eficiente y luego permite el libre intercambio. La condicionante es la participación de un gobierno que vigile el dumping, la competencia desleal, y cuide sus industrias estratégicas.

Vamos a competir sin barreras contra los coches japoneses, los textiles vietnamitas y los lácteos neozelandeses, y eso es criticado por algunos. Pero, ¡qué bueno que compitamos con los mejores! Eso nos hace mejores a nosotros.

Con este lance, México se convierte en la quinta economía más abierta del mundo. Eso atrae las inversiones de quienes requieren que sus productos lleven el sello de “Hecho en México” para acceder a mercados vetados para ellos, generando empleos de calidad y presionando a la alza los salarios como consecuencia.

Felicidades, México. ¡Bienvenido el TPP!