Cuando estamos en la sombra del ‘efecto Streisand’

Colaboraciones Internet Sociedad

La red tiene vida propia. Reacciona. Se menea como arena movediza y el efecto puede deglutir. La peor de nuestras miserias, el secreto mejor guardado, el muerto en el ropero que jamás debería salir y el acto más personal y privado están pendiendo de un hilo.

Todo puede transformarse en un acto público vía viralización en la web. Y querer frenarlo es como tapar un tsunami con una mano. Ante ello, la posibilidad es generar una estrategia y conocer ciertas lógicas de este órgano vivo que se alimenta como un Tamagotchi insaciable. ¿Podemos borrar de las redes un archivo malicioso? ¿Podemos tapar una cadena whatsapp  que nos incendia? Las respuestas parecen ser más éticas y menos técnicas. La vida ante un clic.

Un antecedente añejo

Cientos, miles, millones de clics en poco tiempo. Los usuarios pornoadictos más hiperconectados que nunca en plena actitud voyeur siguieron las instancias sexuales de la actriz Florencia Peña con su exmarido. Las redes sociales, los foros y algunos medios linkearon y guiaron a los usuarios. Los medios tradicionales se hicieron un festín con la pornovela y la protagonista amenazó con leyes, juicios y abogados. La vida privada, esa que es privada-privada y recontraprivada se vio alterada, Florencia Peña reaccionó como pudo ante la aparición de una tercera parte del video hot y se limitó a declarar “estoy consternada”. El caso de Peña no es el primero ni será el último.

Antes les había ocurrido a la vedette rosarina Silvina Luna, a la imitadora Fátima Flores y mucho antes también hubo otros casos sin la repercusión mediática estruendosa que pueden generar actrices y vedettes de exposición plena en el ojo blindado de la TV. En distintos programas televisivos la abogada de la actriz, Magalí Gura, había declarado que Florencia estaba «muy deprimida» y dio algunas pistas sobre cómo actuar en estos casos: «Tenemos una estrategia, pero no la vamos a poner en evidencia porque si no es mucho más complicado. Cada vez hay mayor intención de dañar, con lo cual cuanto más silencio hagamos es mejor”. Más silencio, mejor.

La clave del silencio al que aludía la abogada de Peña puede tener correlato con lo que se denomina “efecto Streisand”, un fenómeno propio de Internet donde ante un eventual intento de censura u ocultamiento ocurre un fenómeno adverso: la información es divulgada a una escala mayor y la reproducción es viral, exponencial, casi imposible de detener. Por lo general, la censura apunta contra fotos, archivos o páginas web. Pero cuando aparece una amenaza de emprender acciones la distribución crece, muta y se reproduce como los Gremlins con el agua.

El término que denomina al fenómeno nació hace una década: en 2003 la actriz Bárbara Streisand denunció al fotógrafo Kenneth Adelman y la página de fotografías pictopia.com. Según el blog español “Ya está el listo que todo lo sabe” “la actriz y cantante intentó que se retiraran las fotos mediante una denuncia (a la vez que exigió una indemnización de 50 millones de dólares), pero su demanda no prosperó y además esto generó un especial interés en los internautas por saber cuál era su casa entre todas las que se habían publicado, información que hasta el momento había pasado desapercibida”.

El comunicador Manuel Castells sostiene que es cierta “la célebre afirmación de John Gilmore de que los flujos en Internet interpretan la censura (o interceptación) como un fallo técnico y encuentran automáticamente una ruta distinta de transmisión del mensaje”. En un viejo artículo del 2001, titulado “Internet: ¿una arquitectura de libertad? Libre comunicación y control del poder” el comunicador sostiene: “La única censura directa posible de Internet es no estar en la red. Y esto es cada vez más costoso para los gobiernos, las sociedades, las empresas y los individuos. No se puede estar «un poquito» en Internet”.

Castells se adelantó al boom Facebook, al vértigo Twitter, a la videomanía colectiva de YouTube, a los rumores detrás de bambalinas de WhastApp. Pero los flujos informativos ya surcaban la aldea, se mundializaban. Y en el medio de los famosos, las celebridades, el chimento expandido y le morbo multiplicado estamos todos nosotros y nuestras miserias al borde de licuarse y expandirse.

Blogs apócrifos, fotos subidas sin autorización a las redes sociales, opiniones opinables y denuncias por hacer pululan en la web. Mientras algunos estudios jurídicos ofrecen “hacer desaparecer de las búsquedas de Google” la aparición de descripciones, adjetivaciones o noticias desfavorables de potenciales víctimas. Ante las denuncias por viralizaciones de videos prohibidos, la Justicia  -esa que es moderna y atiende detrás de mostradores de madera- reacciona con anacrónicos allanamientos: secuestran e incautan rígidos, computadoras, notebooks, celulares. Ciento, miles. Pero la memoria no posee un lugar físico. La memoria está en la nube, un espacio que no es tangible.

¿Desaparecer? ¿Hacer desaparecer? Una misión casi imposible y extemporánea: no querer estar en la red donde ya todos estamos. ¿La ética está en el silencio?