La verdad os hará libres

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La credibilidad, aun con su forma intangible y etérea, es el principal activo de cualquier gobierno. Me resulta difícil comprender que muchas veces es dilapidada por ciertos actores políticos. “Prometer no empobrece”, solemos decir los mexicanos; es cierto, siempre y cuando se cumpla lo ofrecido. De otra forma, se alimentará el monstruo de la desconfianza que todo lo destruye.

La confianza es un recurso no renovable; una vez perdida, es muy difícil recuperarla. Sin credibilidad, las instituciones no funcionan ni cumplen su cometido. Sin confianza, las inversiones difícilmente arriban a un país y las políticas fiscal y monetaria no son más que un catálogo de buenas intenciones.

En nuestra cultura “mentir” y “no decir la verdad” no son sinónimos. El mexicano aprende desde pequeño a decir pequeñas mentiras por temor, conveniencia o estrategia; nada grave si esta práctica no condujera, en muchos casos, al extremo de la mitomanía.

Se puede mentir por obligación, presión o necesidad, pero quien es noble de corazón irradia la verdad con su lenguaje no verbal: “Yo siempre digo la verdad, incluso cuando miento”, dijo Al Pacino en su papel de Tony Montana, en el afamado filme norteamericano “Scarface”, inmortalizando la frase.

En el siglo pasado fue insuficiente que los gobiernos prometieran a los ciudadanos un manejo responsable de la política monetaria y una emisión de dinero acorde a las necesidades económicas, alejada de los ciclos políticos, para contener la inflación. Era ya una estrategia tan socorrida como incumplida. En cambio, tuvieron que otorgarle una  autonomía real a sus bancos centrales. La independencia y ciudadanización de los organismos electorales, de transparencia y de información y estadística, siguen la misma lógica.

Ahora que la inflación en México reporta mínimos históricos se ha vuelto a entablar el añejo debate sobre la conveniencia de añadirle al Banco Central el mandato de la procuración del crecimiento económico, adicional al de la inflación. Ambos indicadores siguen, en ocasiones, una dinámica contradictoria, por lo cual la credibilidad de Banco de México quedaría en entredicho, con sus respectivas consecuencias económicas.

Si un ciudadano engaña, perjudica a sus cercanos y a sí mismo; si lo hace un político, afecta a todo y a todos. No pretendemos que los actores políticos o las autoridades siempre informen exhaustivamente; nos inundaríamos de datos irrelevantes. Pero de eso al engaño, hay una diferencia abismal. Al final de cuentas, las verdades a medias se convierten en mentiras completas.

Esfuerzos por una genuina transparencia y una rendición de cuentas real fortalecen la credibilidad y mejoran el entorno económico, político y social de una nación. Ésta es una verdad completa.