Carnes y huesos

Alfonso Villalva Colaboraciones Educación Sociedad

Es probable que si Usted, querido profesor, supiera lo que en estos tiempos pasa por mi mente y la de mis condiscípulos escolapios, no dudaría en echar mano de la regla de madera –la proverbial de treinta centímetros de longitud- y caernos a soplamocos a discreción, a mansalva, quizá.

La letra con sangre entra, diría Usted quizá, con esa mirada escalofriante de obstinación por lo ético, por lo racional y lo escrupulosamente correcto; esa mirada que en muchas ocasiones me heló la espina dorsal al entender su determinación por usar los medios de su época, rudos y estrictos, para hacernos comprender a todos sus alumnos que las neuronas bien utilizadas, garantizan bienestar, progreso y satisfacción.

No lo puedo evitar, pues aún cuando tiene todo el sentido del mundo aferrarse a Kant, Hegel o Russeau; a Zavala, Reyes o Cabrera; a Gutiérrez Nájera, Neruda o Paz y el resto de aquellos personajes que forman la corte celestial del verdadero conocimiento, digo, a pesar de ello, querido profesor, la vida práctica les ha vuelto la espalda a todos ellos y a Usted en particular, y ha enarbolado como valores de éxito y satisfacción, la frivolidad fincada en la modernidad, el culebrón lacrimógeno protagonizado por jovencitas rebosantes de silicona y apuestos galanes que ignoran soezmente cualquier técnica de las artes histriónicas; la vejación amarillista y el lucro con el dolor humano transmitido en directo, en horario estelar.

En eso nos hemos convertido, querido profesor. Comprenderá, quizá mejor que nadie, que los valores se mezclan y confunden, pues a pesar de que lo razonable, parece una cuestión incontestable, también existe esa angustia de perderse el derecho a pertenecer al grupo, esa ansiedad al contemplar el ejemplo paterno que se eterniza entre la derrota, la trampa, la violación a los reglamentos, la ventaja artera y el golpe de estado en su micro universo laboral, como único mecanismo de supervivencia.

Quizá le extrañe, querido profesor, que le vuelva a escribir precisamente a Usted, después de tanto tiempo. Sobre todo por estar estas líneas al margen del cartabón fantástico y consumista del festejo del quince de mayo en el que de manera por demás denigrante, le damos a Usted, como contraprestación a su entrega a la educación, -a nuestra educación- cajas de papel higiénico, botellas de aguardiente, instrumentos de cocina de desecho, o hasta cajas de condones de mala calidad.

Precisamente ahora, con todo este revuelo político, cuando se avecina el día de la elección, y nuestro juicio crítico –ese al que Usted ha apelado tantas veces, ante tantas generaciones de alumnos-, se encuentra obnubilado ante la frívola expectativa de escuchar la acusación más lascerante, en esta Nación tan vituperada pero tan generosa para acoger a quien sea, aún a costo de ser impunemente insultada.

En estos tiempos, repito. Le vuelvo a escribir a Usted, querido profesor, y Usted sabrá perdonar, pero le escribo dándole un revés de enseñanza con la escasa herramienta que me da la lógica aplastante como de un niño de diez años. Y le digo que no. No. Lo que Usted nos ha tratado de enseñar ya no puede tener vigencia en este entorno en el que vivimos. No señor profesor, su época ya pasó. Lo de hoy es la mentira remachada hasta que se convierte en duda aniquiladora, es la manipulación, es la aceptación del fracaso de la lucha contra la ignorancia, contra la miseria, contra un destino aparentemente irrenunciable que nos obliga a todos los mexicanos a permanecer en el lumpen del progreso.

Mire a su alrededor ¡carajo! La gente se arrebata las migajas insultantes de quien no ofrece soluciones estructurales y de largo plazo. Mire por favor como menosprecian nuestra inteligencia arengando respecto de desarrollo sustentable, viabilidad económica, responsabilidad social, cuando a leguas se ve que son muy ajenos a sus contenidos. Mire como nos han neutralizado con eslogans tan absurdos que apelan a la esperanza, a la limpieza
de las manos, a la figura enervante de una niña recibiendo despensas ¿Usted cree verdaderamente, profesor, que vamos a tomar los libros para encabezar una batalla perdida desde el inicio en pos de la verdad, del conocimiento, de la preparación técnica, del dominio del castellano, de la independencia de nuestras instituciones y de la dignidad?

Yo sé que Usted lleva muchos años en los que enseña con vocación a toda prueba, con el orgullo que lo legitima como auténtico normalista, de pata negra, verá, calzado en zapatos de segunda mano cuyas huellas de uso se patentizan en las suelas agujeradas. Usted, que lo mismo se materializa y se repite en una escuela rural de los Altos de Chiapas, que en aquellas otras que se bañan en la miseria y la brisa del mar de Jalisco, Baja California, o en aquellas otras, urbanas, rodeadas sin cuartel por una masa amorfa de concreto y asfalto en malas condiciones que se disputan el dudoso orgullo de ser escuela primaria oficial.

Yo se que Usted nunca ha bajado la guardia, a pesar de haber tenido que intercambiar dignidad por la incertidumbre del alimento diario, al no prestarse a las maniobras de los líderes sindicales, al tener que cerrar el puño y batirse como hombre en la banqueta, con los agitadores que lo satanizan por oponerse a las pintas, las marchas, los plantones y las acciones centradas en el ocultamiento de las complicidades, en el arrebato de las parcelas de poder.

Yo se que Usted siempre ha sido de una sola pieza, y que gracias a Usted, que se presenta en las carnes y huesos de tantos queridos profesores que han logrado despertar la chispa y la ambición de progreso en los niños éste país mantiene aún el salvoconducto que le impide alcanzar la psicosis, que le permite ver los ojos morenos de la enseña nacional y contemplar en ella, el alma de esta patria cuya grandeza se puede percibir ante la feroz acción de su águila devorando a la serpiente; ante su imagen recortada en el horizonte, hondeando con gallardía, ferocidad y consuelo maternal.

Por eso le escribo otra vez, querido profesor, y por último le digo que tiene razón, que no podemos seguir así, que las ambiciones adultas y mezquinas de hoy, efectivamente, sólo están traicionando a todos los que no tienen a la mano la posibilidad de defender su futuro de la feroz estulticia que hoy pretende, ser llamada normalidad.