Comer, traducir, amar

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Cuando uno empieza a transitar por el camino de la independencia, la maleta es el ropero. No hay mudanza sin algo que mudar. Un mes después, menos yuanes in my wallelt, y en vísperas del chinese Valentine day, no pude evitar preguntarme ¿por qué los hombres chinos no figuran en el top ten de los mejores amantes? Las estadísticas sugieren italianos, franceses y latinos, pero nunca mandarines. Los reflectores sólo han enfatizado el crecimiento económico de los tigres asiáticos, pero ¿qué pasa con la población?  La emancipación femenina ha producido generaciones de mujeres que en grito de rebeldía pesan más de cincuenta kilos, y de hombres que cocinan como parte de un modus vivendis.

Algunas soñamos con el novio poeta, otras con el músico, extranjero, o «guapo». En Asía, específicamente China, trocaría la poesía por la comida. En distintas ocasiones he tenido la fortuna de (ad)mirar la forma en que los hombres cocinan. Me enamora la delicadeza con la que aplanan el jengibre y limpian los vegetales. Mi hacer se limita a la observancia al tiempo que expongo mi mexicaneidad a modo de contraste. En cuanto notan que mi mother tongue es el español, nunca falta el chinese guy que me recite el bésame mucho de Consuelito Velázquez con feeling incluido.  Ante tal espectáculo no es difícil que a la imaginación se le vaya la mano. La única desventaja del sueño es no poder gozar de un celebration cake con motivo de un 20 de agosto con sabor a 14 de febrero.

A propósito de abstracciones, visualmente es como salirse de una pintura cuyo autor está entre Chu Teh Chun y Leonora Carrigton. Percibir mi block de notas en modo open junto al tea cup me recuerdan la ausencia de ficción y el montón de pendientes laborales. Sin embargo, la presencia de un love is in the air y de árboles donde sentarse en la postura de loto refuerzan mi ejercicio de escribir para encontrar las palabras que me faltan.