Del aula a la oficina

Colaboraciones Cultura Educación México Sociedad

Tengo la oportunidad de impartir cátedra a nivel universitario. En las aulas he aprendido mucho. Con cada alumno y con cada generación.

También me he dado cuenta de las diversas experiencias de vida por las que atraviesan los jóvenes. Algunas de ellas inventadas para justificar la mala calificación; pero otras, tan reales que los han obligado a desertar de la escuela.

Son tres los motivos por los cuales un alumno decide salir de la universidad. Por un lado, la búsqueda de un trabajo por la falta de dinero; por otro lado la enfermedad y, por último, la falta de actitud. Y ojo: ni siquiera es incapacidad. Es actitud.

De los que se salen no puedo emitir un juicio. Ya no son mis alumnos y no puedo analizar lo que no veo. Pero hablemos de los que se quedan en la escuela.

En mi caso particular, he visto como aquellos grupos que inician con muchos estudiantes, terminan egresando solo 7 u 8 en cada aula.

Lo curioso del caso, es que de esos egresados, solo uno o dos tienen un futuro asegurado, es decir, son esos los que poseen las herramientas necesarias para los retos que les depara el mercado laboral. El resto llegó por capricho del destino. Y así le están apostando a triunfar en la vida, al destino.

Hace apenas unos días, leía un libro del Doctor Andrés Roemer, quien fue premiado con la presea “Don K. Price Award” por distinción académica en la Escuela John F. Kennedy de la Universidad de Harvard.

En su texto, Roemer hace énfasis sobre la mala influencia que sobre los alumnos desarrolla la educación tradicional que en muchas escuelas todavía se sigue impartiendo.

“Copien del pizarrón” “guarden silencio”, “repitan después de mi”, “memoricen”, “dictado”, “sigan las indicaciones”. Son solo algunas de las frases que muchos maestros llevan a cabo con sus alumnos.

Yo soy de la firme idea que, a diferencia del paradigma de la educación “tradicional”, el éxito del aprendizaje no depende de memorizar, ni de repetir; sino de aprender a cuestionar, a analizar, a inquirir, a imaginar, a crear.

De generar en el alumno una mentalidad reflexiva. Que no se aprendan a pie juntillas el significado de un concepto, sino que más bien, comprendan lo que encierra cada tema que están recibiendo en clase.

Lo que se logra con ello, es que el alumno haga “suya” una definición o “suya” su hipótesis sobre tema en especifico. Cuando esto sucede, el está en la posibilidad de defenderla ante cualquier argumento que se le plantee.

Y esto señores, es el ideal que todo catedrático debe de inculcar en cada uno de sus alumnos. Y hablo de la Actitud. Una actitud fundamentada y respaldada. Una actitud emprendedora. Impetuosa, con mucha iniciativa. No temerosa de lo que sabe porque lo ha debatido en el aula y ha aprendido de sus propios errores. Por ello coincido con el Doctor Roemer.

Pero el ideal dista mucho de la realidad.

Hoy los jóvenes están tan acostumbrados a que todo sea fácil en la vida. Calificación, tareas, investigaciones, exámenes, clases.

Y no se dan cuenta que el ser humano se acostumbra a lo que vive a diario. SI hoy ceno abundante, y mañana también ceno abundante y pasado igual, al cuarto día, aunque no se tenga hambre, se querrá cenar abundante. Así es la costumbre. Tan fuerte que hasta la mediocridad se hace hábito.

Todo esto sale a colación, porque en estudios realizados por Olga Bustos Romero, de la Facultad de Psicología de la UNAM., se señala que es durante estos años, en donde se sumarán al menos 813 mil 169 jóvenes egresados de licenciaturas como Medicina, Odontología, Derecho, Contaduría, Administración, Arquitectura, Ingeniería Civil y Comunicación que se quedarán sin empleo. Si, así de simple.

Sin empleo.

¿Cuál o cuáles son los motivos? En principio, falta de espacios laborales.

Pero en segundo plano, lo que el alumno aun no logra comprender: falta de actualización y falta de preparación en el nuevo profesionista. Ambas originadas por una actitud pasiva. Y no hablo de jóvenes dispráxicos. Hablo de jóvenes sin ganas de superarse.

Aún no “se permiten aceptar” como parte de su realidad, que hoy las empresas en México no quieren contratar a jóvenes que no tienen cursos, talleres o seminarios de actualización profesional en su currículum vitae.

No se permiten aceptar que las empresas quieren contratar a jóvenes que tengan experiencia laboral. Que nadie quiere “pagar un sueldo para enseñarles a trabajar”.

Si, ya sé. Es esta parte en donde el alumno grita el argumento de siempre. “ Y como quieren que tengamos experiencia si no nos dan la oportunidad de entrar a trabajar”.

La respuesta es sencilla. El alumno busca empleo cuando está a punto de terminar su carrera. Y no lo hace por decisión propia. Lo hace “motivado” por la necesidad del dinero para poder egresar. Pagos por la titulación, pagos para el examen profesional, pagos por la encuadernación de la tesis, entre otras cosas, son los causantes de esa búsqueda laboral.

Y cuando busca trabajo, el alumno espera ser contratado en un cargo directivo por el solo hecho de ser ya un profesionista. Gran error.

No se da cuenta que el alumno debe de entrar a trabajar desde que inicia su carrera. No importa el área, no importa el nivel.

Lo que las empresas quieren es saber si tienen como parte de su personalidad a la estabilidad laboral. Si se han enfrentado a la normatividad de una empresa. Si saben de cumplir horarios. Si han pertenecido a equipos de trabajo y saben laborar como tal.

Pues bien, creo que como catedráticos y como alumnos tenemos mucho por hacer. Hay que cambiar la brújula formativa. Debemos de tener siempre presente que lo que en las escuelas de todo México se imparte es solo INFORMACIÓN, más no CONOCIMIENTO.

Ese hay que construirlo a partir de una nueva actitud en el alumno. Pero para que ello se logre, el docente tendrá que cambiar. Atrás deben de quedar los catedráticos que, para consumir tiempo frente al aula, se dedican a escribir en el pizarrón apostando al toque de campana.

Atrás deben de quedar los catedráticos que dan a los alumnos la tarea de “formar equipos” y pasar a exponer temas que los maestros deberían de hacer. Así cualquiera da clases.Atrás deben de quedar aquellos catedráticos que proporcionan fotocopias a los alumnos para luego cuestionarlos sobre ellas y basar sus exámenes en dichas hojas.

Desde esta sencilla trinchera solo puedo invitar a la reflexión interna de aquel que me hace favor de leer.

Debemos de promover la cultura crítica, partiendo de bases sólidas como lo es, la generación de una nueva ACTITUD, tanto en el alumno como en el catedrático; para que el puente “aula-oficina” sea más amplio de lo que ahora es. Ya es justo que esto pase. ¿No lo cree usted?