Desatención juvenil aumenta casos de suicidio

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De 2012 a 2015, se tiene el registro de 24 mil 220 mexicanos que se suicidaron. Este número no ha logrado disminuir, por el contrario, cada año presenta un ligero aumento que afecta principalmente a los más jóvenes, de acuerdo con las cifras de mortalidad de Inegi. Dos de cada cinco pertenecen a un grupo identificado por autoridades y especialistas: 9 mil 961 casos tenían entre 15 y 29 años.

“Esta población es la más vulnerable porque es la más desprotegida. No acuden con un especialista y muchas de las conductas autodestructivas que tienen podrían estar escondiendo el suicidio”, explica el doctor Alejandro Águila, fundador del Instituto Hispanoamericano de Suicidología.

No existe un detonante en específico que lleve a alguien a tomar la decisión de terminar con su vida. Es una situación multifactorial en la que se puede mezclar desde violencia familiar, crisis económicas, trastornos mentales o abuso sexual, hasta problemas amorosos o un mal manejo de la frustración. Incluso hay enfermedades que derivan en depresión y se unen a una situación personal precaria; estos dos elementos fueron los que llevaron a Laura a tomar medidas drásticas sobre su vida.

Un sábado que parecía normal, Laura, de 20 años, tenía un plan diferente al de otros fines de semana. Se bañó y se alistó para salir, no sin antes dejar un par de sobres en una pequeña mesita de noche que había en su habitación. Cada uno contenía una carta para sus seres queridos. Durante meses pensó en suicidarse y ese día lo iba a hacer.

Desde los 16 años Laura se la vivió con sicólogos. Sus genes la hacían una mujer propensa a sufrir depresión y su cerebro no segregaba las hormonas relacionadas con el bienestar y la felicidad. Fue durante la preparatoria que entendió que su tristeza tenía una causa más profunda. “Yo lo describo como que hay temporadas en las que es como si una nube negra te aplastara y todo lo ves gris. Sientes ansiedad y frustración. Hay veces que es más terrible y hay veces que se va”, narra.

Cuando cumplió la mayoría de edad, un cóctel de antidepresivos empezó a llenar su organismo. Con medicamentos fue la única forma en la que controló sus crisis emocionales. Pero a los 20 años su panorama personal cambió: su padre perdió su empleo, la situación económica en su casa entró en números rojos y la universidad estaba acabando con sus nervios. Los elementos estaban puestos. “Llegó un punto en el que cualquier cosa me hacía sentir miserable. Lo peor es que no entendía la razón, yo sólo quería que todo terminara”, recuerda la joven.

Fue ahí cuando comenzó a planear cómo y en dónde terminaría con su vida. Mientras Laura asistía a la escuela y convivía con sus amigos y familia como si nada pasara, por otro lado iba identificando qué necesitaba para concretar su plan. “Yo le decía a mi familia: ‘No quiero vivir’, pero nunca les dije: ‘Me quiero matar’”, comenta. La mejor arma a la que Laura tenía acceso eran los medicamentos. Se dedicó a reunir los pedazos restantes de cualquier antidepresivo, antigripal o cualquier otra pastilla que encontrara. Todo estaba reunido en una pequeña bolsa que utilizaría en el momento indicado.

De los más de 24 mil casos de suicidio que se reportaron en México entre 2012 y 2015, 10% fueron por envenenamiento. Este es el tercer método más usado. Cada año, en promedio 500 mexicanos consumieron algo que sabían los afectaría por dentro y lograría terminar con sus vidas. El ahorcamiento fue la forma más reportada en ese periodo: 18 mil 937 mexicanos se estrangularon. No sólo es el número uno de la lista, también es el que presentó un mayor aumento, al pasar de 4 mil 291 a 5 mil 92.

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