Desigualdad creciente

Colaboraciones Economía Enrique Martínez Internacional

“El capital en el siglo XXI”, de Thomas Piketty, se convirtió en 2014 en referente obligado para los analistas económicos. La sugerencia de su título evocaba una mera actualización de la complicada y nada amigable trilogía de “El Capital”; por ello, debo confesar, al principio no me atrajo la idea de leerlo.

Pero el destino, testarudo y obcecado, me obsequió tres textos el mismo día, procedentes de amistades sin relación entre ellas. No tuve más remedio que incorporarlo a mi siempre larga lista de libros por estudiar. Ahora, cuando le doy vuelta a la última página, agradezco la insistencia divina.

Aunque nada tiene que ver con las complejidades ni rebuscamientos teóricos de Marx, su rigor científico y las herramientas matemáticas utilizadas pueden hacer de su lectura una experiencia ardua para quienes no estén avezados en la ciencia económica. Aun así, correré el riesgo de recomendarlo.

El tema central es la creciente desigualdad en el mundo. Las fortunas se acumulan por el mismo diseño del sistema económico: mientras el rendimiento sobre el capital (rentas, dividendos, intereses,) sea mayor que el crecimiento económico de los países, como ha pasado en las últimas décadas, la riqueza se concentrará cada vez en menos manos.

Analizando los datos duros del siglo XX, el autor demuestra cómo hubo dos momentos críticos, dos puntos de inflexión, en los que la concentración del capital se redujo considerablemente: las guerras mundiales.

¿Debe haber otro apocalipsis para ajustar nuevamente la distribución de la riqueza? La respuesta es “No”.

La propuesta de Piketty versa sobre fijar una tasa impositiva progresiva al ingreso, al capital y a las sucesiones: que pague más, y cada vez en mayor proporción, quien más gana, quien más tiene y quien más hereda. A diferencia de Marx, propone estos mecanismos redistributivos dentro del esquema del  libre mercado.

Por supuesto que no es así de sencillo: una tasa mal calculada o un “timing” incorrecto pueden generar incentivos perversos que den al traste con la economía; además, y como requisito sine qua non, se requiere una colaboración internacional absoluta, lo que torna prácticamente inviable su propuesta.

Para combatir la desigualdad no hay fórmulas mágicas ni soluciones sin costo. La propuesta de Piketty es una gran aproximación, pero son indispensables nuevas aportaciones que ayuden a superar los obstáculos. Es tarea de todos.