El cheque cuántico

Colaboraciones Cultura Sociedad

MiniMi tenía dos años cuando me dio una lección de física cuántica. Sucedió en la plaza central de Tuxtla, después de finalizado el desfile cívico militar. MiniMi se soltó de mi mano y levantó algo del suelo. Emocionado, me dijo: ¡Papá, conté hoyo! Di un vistazo al objeto atrapado entre sus diminutos dedos, luego, con tono de maestro promedio, le corregí: “No es un hoyo, es una tuerca”. Me miró, serio. Vio de nuevo lo hallado y en seguida dijo, con el asombro de la primera vez: ¡Papá, conté hoyo!

Iba a corregirle de nuevo pero algo en sus palabras rebotó en mi cabeza. ¡Era la lógica! MiniMi estaba ejercitando física cuántica en su descubrimiento. ¡Claro! ¡Un hoyo! ¡Un agujero! Vino a mi mente una lectura de los agujeros de gusano, conocidos como “puente Einstein-Rosen”, atajos en la urdidumbre del espacio-tiempo. Abracé a MiniMi y le dije que tenía razón, había encontrado un agujero donde cabía desde su dedito hasta el Universo. Nos emocionamos y lo celebramos con helados de chocolate.

De vuelta en casa, revisé textos de física que rescaté de una guerra. Leí sobre el tiempo y el espacio, sobre las posibilidades de viajar al futuro (o al pasado), sobre la relatividad, los bucles en el tiempo y la distorsión a través de cilindros giratorios infinitamente largos y… bueno, en resumen; el tiempo y el espacio son relativos. Eso sabía, hasta que topé con un banco: Banorte.

Tenía en mis manos el pago por cinco meses de “tallereo”, en un cheque. No tenía mi nombre, así que estaba endosado. Antes de entrar a Banorte me senté en una banca del parque, para agregar mi firma y los datos de la credencial de elector. Escribía al tiempo que planeaba cómo gastar mi dinero, y cuánto guardar para los días de vacas flacas. Mi dinero…iluso que fui.

Entré al banco con cheque y credencial de elector en mano. Después de esperar unos minutos me planté frente al cajero y entregué el cheque. Me disponía a sacar la cartera para guardar mi dinero, cuando oí: “Este documento no se puede pagar”. Pregunté si no tenía fondos, “No es eso, señor, está mal endosado”. Vi el documento, revisé si faltaba algo pero no, ahí estaba todo lo que un documento de esos debe tener para cobrarse, y se lo dije al cajero. “Sí señor, eso es correcto, pero no va así”. Dudé, me repuse de inmediato, pregunté cuál era el “error”. “Hay ‘mucho espacio’ entre la firma y sus datos“. …mucho espacio…tiempo…relatividad…mi dinero… Entonces le pedí  lo depositara en mi cuenta de Banorte. “Es lo mismo, no se puede”.

Pregunté por qué. “Porque tiene ‘mucho espacio’ y el banco no lo acepta”. Encabronado, le propuse escribir de nuevo mis datos en el “espacio” y solucionar el asunto. “No se puede, porque ‘no habrá espacio’ para poner el sello”. Más encabronado, pensé en mentarle la madre, pero me contuve. “Pase usted con la gerente y vea si se lo autoriza”.

Luego de esperar y serenarme un poco la gerente me recibió, cortés. Sin más extendí el cheque, al tiempo que explicaba lo sucedido minutos antes. “Es verdad, el cheque está mal endosado”. Me encabroné de nuevo. “Mire señor, hay ‘mucho espacio’ entre la firma y sus datos”. Le pregunté cuánto era “mucho espacio”, y agregué que en el banco no hay advertencias o ejemplos de cómo llenar el cheque. “Si existe, está en internet”. Le dije que eso no era una explicación satisfactoria. “El cheque está mal endosado, y la contraloría me lo observa”. ¿Contraloría? Triplemente encabronado le propuse  llenara “el espacio” con su autorización. “Ya lo hice antes y me lo observó contraloría”.

Estaba a punto de estallar, pero me contuve. Pregunté alternativas de solución. “Debe venir el titular del cheque”. Sarcástico pregunté si así desparecería “el espacio” en cuestión. “Mire, mejor que le hagan otro cheque, y endóselo correctamente”. Le dije que sus explicaciones y soluciones eran absurdas, ¡sí! ¡Absurdas! Ella, con sonrisa de folleto bancario, remató. «Usted hizo mal el endoso». («·$%#&ada!)

Me despedí archiretencabronadísimo. Deseaba fulminarla, pulverizarla con la mirada, pero la culpa me invadía, silenciosa, cual Chincungunya. Yo cometí el error, yo era el culpable, yo el torpe por no saber cómo disfrutar mi dinero, mi tiempo de vida. La culpa me acompañó el resto de la jornada, y antes de dormir la depresión me tenía delirando… mucho espacio… tiempo… relatividad… mi dinero… mi vida…