Cada ciudad de nuestro México encierra calles llenas de añoranza y nostalgia. Sin embargo, Puebla se ha caracterizado por ser cuna de preciados halagos al paladar. Situada en el primer cuadro de la ciudad, «la calle de los dulces», antiguamente «Calle de Santa Clara», pone en la mesa de los poblanos y un sin número de turistas el postre ideal para el recuerdo.
Quizá la «tortita de Santa Clara» sea el dulce más representativo. Se trata de una galleta cubierta con crema de pepita de calabaza y azúcar, claro ejemplo del sincretismo gastronómico de la época colonial. Tanta gloria de un bocado sólo se puede atribuir, a las pacientes manos de monja, que entre su dedicación e ingenio nos heredan recetas de milenaria tradición. También conocidas como «espejo», llevan en la forma la devoción a la Virgen María, espejo fidelísimo de la belleza de Cristo. Misma alegoría que se repite en los interiores de las dulcerías, donde espejos de gran formato enmarcados por yeserías doradas invitan al visitante a endulzar el paladar.
Más allá de los paisajes atractivos, los sitios históricos y naturales, se puede saborear la tradición y las costumbres de una ciudad. En sus cantos, garabatos, y dulces balcones figuran el espesor y las curvas de un merengue a punto de turrón, como si se tratase de probar un bocadito la arquitectura.
Sitio de visita obligada el templo de Santa Clara, un ex convento que data del Siglo XVIII y que en su interior resguarda una imagen conocida como «El dulce corazón de María». No ha de ser casualidad que el nombre resguarde parte del folclore gastronómico poblano. Sobre esta calle se encuentra también el Museo de la Revolución Mexicana «Casa de los hermanos Serdán» y el templo de San Cristóbal, construido en el Siglo XVII y cuya portada es un ejemplo del barroco poblano: cúpula de talavera, relieves de yesería y una fachada tallada en cantera desde las torres hasta el basamento.
Y es qué Puebla es sinónimo de barroco en todos los sentidos: desde sus iglesias, edificios, monumentos, hasta su churrigueresco gusto gastronómico como el mole o los muy famosos chiles en nogada. Los colores y las formas en los que cada dulcería presenta platitos de talavera o cestos ataviados de dulces adornados con moños de gran colorido, son una invitación a la glotonería.
De nombres curiosos encontramos los legítimos picones y camotes de Santa Clara, Bocatto di Cardenale por excelencia, glorificados en mitos y leyendas. Pepitorias, borrachitos, muéganos, macarrones, marinas, besos de monja, novias, rosquillas, jamoncillos. Gran variedad de frutos caramelizados como los higos, biznagas, y ciruelas. Rompope, licores de frutos, y obleas cubiertas de miel y pepita que aún se elaboran en los conventos.
Recorrer la Avenida 6 oriente es colocarse en un sitio donde todos los sentidos gozan. Desde lo alto de los campanarios hasta el deleite visual de vitrinas y casonas que esconden en sus adentros gran tradición. Es probar el dulce sabor de la vida, disfrutarlo como un niño, degustarlo como adulto y saborearlo con la nostalgia de un viejo.