Frente a un bloque cada vez más dividido, el presidente de la Comisión Europea (CE), Jean-Claude Juncker, apeló ayer a los 28 países miembros para actuar con solidaridad frente ante el flujo de refugiados que llegan huyendo de la guerra, la intolerancia y las persecuciones.
Los miembros de la UE tienen obligación de defender los valores fundadores de Europa, dijo en términos vibrantes al invitarlos a recibir a los refugiados «sin miedos inoportunos». «No es hora de tener miedo. Es el momento de dar pruebas de dignidad humana», afirmó al comenzar un discurso de una hora y media ante el Parlamento Europeo.
«Son 160.000 personas las que debemos acoger con los brazos abiertos, y espero que, esta vez, todo el mundo estará de acuerdo», dijo, despertando una salva de aplausos que se detenían en la extrema derecha del hemiciclo. Esa cifra es cuatro veces superior a los 40.000 propuestos por la Comisión en mayo, cuando, ya entonces, había sido fríamente recibida por ciertos países. Hoy, tanto Alemania como Francia apoyan la propuesta de Juncker y solicitan incluso un mecanismo permanente de repartición obligatoria.
«El mecanismo deberá ser obligatorio», dijo Juncker, a pesar de la resistencia de países como Hungría, Polonia, la República Checa o Eslovaquia, opuestos a todo tipo de cuota. Al mismo tiempo, la CE ratificó su intención de establecer una lista de «países seguros», cuyos nacionales serán considerados refugiados económicos y podrían ser expulsados rápidamente cada vez que ingresen en forma ilegal al territorio de la UE. Así lo reclaman tanto Berlín como París.
El presidente de la CE recordó a Europa su propia historia y los éxodos protagonizados por sus pueblos: gitanos y judíos antes y durante la Segunda Guerra Mundial, húngaros después de la insurrección de 1956, checos de la Primavera de Praga, en 1968, e irlandeses se lanzaron a Estados Unidos para huir de la miseria, así como los italianos y españoles que emigraron a América.