Los otros tiempos

Colaboraciones Cultura Sociedad

Estoy sentado en este rechinante sillón. Tengo una taza de café a mi lado. El ruido del aire
acondicionado me acompaña como “el chato”, el perro que tuve siendo un niño.

Escribo. Hundo mis dedos en el teclado, medito las letras y no me convencen. Las borro. Volteo a ver estas paredes. La idea está clara en mi mente pero no así el camino para traducirlas en un escrito.

Me vuelvo a poner en posición de combate. Mis manos acarician las teclas como el amante a su pareja, esperando ese cómplice guiño que me invite a actuar. Hasta para eso soy tímido. Vuelvo a escribir. Me detengo, le falta algo.

Tengo que encontrar ese hilo conductor que refleje mi sentir de una manera clara, sin contratiempos. No basta estar inspirado, hace falta ese proceso que permita disfrutar el paseo. Así es mi manera de ser en todo.

Estamos en el mes de los reyes magos. Atrás ha quedado el festejo a la Virgen María y al regordete de rojo.

Iniciamos el año y con ello, algunos dejan salir a caminar los buenos deseos para los amigos; mientras que otros – los más- se ajustan en el rostro la mejor de las caretas, esas que emanan hipocresía, esas que no cuestan nada por ser falsas; y se las ponen para ofrecer “dinero, amor y éxito” a todos; aunque por dentro, su envidia llora de rodillas haciendo rabietas por los logros, por la familia, por el cargo laboral y hasta por la ropa de marca que porta el prójimo.

Hoy los magos del oriente van camino hacia el olvido, para dormir en él hasta el próximo año en el que vuelvan a ser requeridos.

Muchos han reclamado su indiferencia. Ya no hay regalos. El camello va flaco, el elefante cansado y el caballo ya no relincha. Son años y años los acumulados tratando de llevar
sonrisas sin conseguirlo.

Y en eso, Santa es el verdadero Rey. El aguinaldo es su mejor aval y su mejor garantía.

Pero…¿qué culpa tienen los 3 hombres de turbante que las familias todavía estén pagando lo que compraron a plazos en la navidad pasada? Pobres magos, por eso casi nadie
piensa en ellos.

Y es que en este mes ya las fiestas van de salida. Ya nadie se reúne. Ya no hay más reuniones de generaciones. Diciembre fue propicio para la comida, para la cena o para la
bohemia con esos amigos del ayer.

Lo curioso es que a los compañeros de la universidad ni se les toman en cuenta. Son solo los de la primaria, secundaria y los de prepa a quienes se les busca para “la reunión de
amigos”.

Todos en la primaria nos ofrecíamos la mano sincera en vez de la botella convenenciera. No existía la competencia por el coche, la casa, los viajes. Todo era amistad pura.

En la secundaria muchos encontraron el verdadero amor, aunque este fuera platónico. Hoy ese tipo de amor ya no existe, hoy ya lo compramos con un buen vestido o con una buena
joya. Vaya, hasta con una buena borrachera se puede conseguir escuchar un “me fascina estar contigo”.

Eran otros tiempos los de la infancia, en donde la gente tenía dinero por trabajar honradamente y no por trabajar jalando de un gatillo.

En donde se conocía a quién tenía una casa por su dedicación al empleo, a diferencia del hoy que se conoce a quién “la suerte le ha sonreído” obteniendo dinero por ser amigo del
misterio.

Tiempos en donde tu primer mareo era por la borrachera con cerveza y no por las grapas o las tachas metidas en la nariz hasta con los dedos.

Tiempos en donde la mejor cena con los amigos era una hamburguesa sentado en la banqueta, amenazando con un “quien coma menos paga la cuenta”, a diferencia del hoy en donde la fortaleza y la popularidad entre los amigos radica en beber mas de la cuenta.

Ya no son los mismos hobbies ni las mismas diversiones de los niños. Ayer una tarde fresca era el pretexto perfecto para reunirse con los vecinitos en el parque de la cuadra. Hoy los niños no se percatan de esas tardes frescas, las consolas de videojuegos los sumergen en diademas, controles remotos y amistades virtuales pero poco duraderas.

Tiempos en donde los niños tenían que obtener buenas calificaciones, portarse bien y ayudar en casa con las tareas del hogar para poder tener derecho a los permisos el fin de
semana. Y era viernes o sábado. No había más.

En el ayer, el hijo pagaba con esfuerzo el apoyo del padre para éste le prestase el automóvil en su primera salida con la novia. Lavarlo, encerarlo y colocar en la guantera del coche una rosa para ella, era la emoción más grande de todo joven de mi época.

Hoy esto se ha invertido. Hoy son los padres los que pagan con sudor y esfuerzo las letras del coche que no le prestan, sino que le regalan desde ya a los hijos.

Tiempos en donde el maestro del pueblo era respetado por ser el que sabía más, a diferencia del maestro de ahora que es reprobado por no saber para que sirve una arroba, por ser quien sabe menos.

Eran tiempos “de a pie”  -como me decía un empresario en una comida de negocios a la que fui invitado hace pocos días- en donde se privilegiaba la cultura del esfuerzo. En donde tenía más quien trabajaba más.

Hoy los valores se han ido trasformando, devaluando e incluso -creo afirmar sin temor a equivocarme- que algunos de ellos están en peligro de extinción en esta sociedad que se lee bastante hedonista y comodina.

Una sociedad que dejó olvidada en el ayer a su propia memoria, porque antes quien cometía un error tenía que irse del pueblo para evitar la deshonra y el desprestigio de la familia. Y pasaban los años y la gente seguía recordando a aquél que robo, aquél que mató. Por eso todos procuraban ser hombres honorables.

Hoy todo es diferente, porque basta ser tranza y ratero para quedarse aquí, y pasearse engrifado cual guajolote al caminar, para ser admirado y hasta venerado por el honrado.

Todo ha cambiado. Antes bastaba una mirada del padre hacia los hijos para saber que les iría mal por portarse mal. Hoy ya no existe esa mirada. Hoy le va bien a quien se porta mal.

Tiempos en donde “los traumas” para los niños tenían colores, formas y tamaños, dependiendo si era la chancla, el cinturón o la patilla con la que el padre corregía al hijo su
trastada.

Tiempos en donde a los padres se les respetaba y honraba, en vez del enérgico reclamo o la más sonora burla hecha por el hijo en su propia cara.

Y esos niños del ayer que se convirtieron en los hombres y mujeres del ahora, los que vivieron todo esto, son los que han decidido girar el rumbo del barco.

Hoy el dinero lo tiene quien no trabaja en lo honorable, en lo permitido. Hoy no se necesita trabajar años y años para tener dinero. Lo que se necesita es no tener escrúpulos. Hoy se requieren hombres sin principios, sin valores, para reventar o lavar dinero. Todo con tal de tener lo que quizá de niños no tuvieron.

Todo con tal de ser “de sociedad”, aunque esta los reciba con los brazos abiertos, pero burlándose por atrás.

Hoy todo se hace con tal de que nos vean un buen carro, buenas marcas, una buena casa porque éstas son necesarias ya que de no tenerlas, la persona por sí sola no ofrece nada.

No sé en que momento pasó ese cambio. En que instante pasamos de ser hombres trabajadores a hombres adinerados. Me perdí de ese suceso. No sé si fue rápido o paulatino.

Siendo honesto, me hubiera gustado verlo anunciado como algún Super Tazón o como anuncian las peleas de box. O quizá conocer la fecha tal y como se dieron los movimientos
revolucionarios en el mundo.

Me hubiera gustado saber el día exacto, como aquella fecha del ayuno por la paz de Gandhi en 1942; como el discurso titulado “I have a dream” pronunciado contra el racismo por Martín Luther King Jr. en 1963. O quizá saber la fecha como cuando cayó el Muro de
Berlín en 1989.

Si, lo acepto, me hubiera gustado conocer en que momento todo en esta sociedad cambió. Así podría tener argumentos válidos para justificar ese cambio y defenderlo a morir; o para
evidenciar su inoperante presencia en la juventud de hoy.

Pero como no sé en que momento ocurrió, seguiré aquí, tratando de encontrar como aterrizo mis ideas, para que nadie al leerme se sienta aludido u ofendido cuando me pongo necio en
decir que todavía podemos rescatar esos valores para nuestros hijos.

Porque al menos yo, prefiero los otros tiempos, esos en donde el esfuerzo, el trabajo, los valores, los principios y la responsabilidad eran los que distinguían a todo hombre de
bien.

Ojalá Facundo Cabral tenga razón cuando dice que el bien es mayoría, pero que no se nota por ser silencioso y por caminar en secrecía.