La escena política en Nuevo León se ha convertido en un drama confuso, marcado por la actuación controvertida del gobernador Samuel García. Sus acciones ilegales y su afán destructivo han dejado en claro que su objetivo no era buscar la Presidencia, sino más bien sembrar caos en la entidad.
La cacería penal de opositores liderada por García ha dado un giro inesperado, colocándolo en un dilema que el PRI y el PAN, sus principales víctimas, han sabido aprovechar. La candidatura presidencial de Movimiento Ciudadano se presenta como un tablero de ajedrez en el que García se encuentra sin el ángel guardián que buscaba como interino para cubrir sus espaldas. La oposición le ha designado otro, planteándole un dilema político de gran envergadura: seguir siendo el esquirol del presidente Andrés Manuel López Obrador contra Xóchitl Gálvez, candidata del Frente Amplio, o enfrentar las consecuencias de sus acciones.
La historia de García parece clara según su narrativa, pero las acciones hablan más fuerte y revelan un panorama turbio. El Congreso se niega a reconocerlo como gobernador y argumenta que el interino legal es Luis Enrique Orozco, al afirmar que García solicitó licencia por seis meses, no «hasta» seis meses, lo que implica que debe seguir licenciado. Esta interpretación del Congreso, aunque discutible, muestra un exceso de autoridad al intentar determinar lo que los electores votaron, atribuyéndose facultades metaconstitucionales.
El miedo a la justicia y los fantasmas en el clóset parecen ser fuerzas impulsoras detrás de la decisión de García de quedarse en Nuevo León. El costo de abandonar la gubernatura sin red de protección parece ser más alto que los beneficios, y traicionar al Presidente resulta ser una opción menos costosa que abandonar el cargo.
En resumen, la política desenfrenada de Samuel García ha sumido a Nuevo León en un capítulo inconcluso y confuso. Mientras el Congreso disputa la legitimidad de su mandato, la ciudadanía se ve atrapada en una trama política llena de intrigas y confrontaciones. El desenlace de esta historia política aún está por escribirse, pero lo que queda claro es que las enaguas de Samuel han dejado a la vista una realidad turbia y desafiante para el estado.
