¿Para qué queremos un(a) alcalde(sa)?

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Hace tiempo prometí a un amigo publicar una reflexión sobre el tema. Ahora que estamos en tiempos electorales y que varios de los candidatos a la gubernatura del estado han sido alcaldes, parece apropiadamente oportuno cumplir con tal promesa.

Si nos ubicáramos en la antigua Grecia, donde y cuando las ciudades eran verdaderas ciudades-estados, el gobernante era un rey y no un alcalde. El rey tenía toda la autoridad y también toda la responsabilidad sobre la vida de sus súbditos; tanto de los que habitaban la ciudad –propiamente dicha, como centro urbano-, como los que habitaban el campo dentro de sus fronteras. Era responsabilidad del rey decidirlo todo: Si se abriría un nuevo camino, si se construiría un puente o un acueducto, si determinada tierra debería usarse para la agricultura, o para el comercio, o para la construcción. También decidía si se apresaba a un hombre, si se le encontraba culpable y cuál sería su castigo. Todo para que su ciudad tuviera crecimiento y mejorara la calidad de vida en la misma. Por supuesto, siempre ha habido buenos y malos gobernantes.

Con el paso del tiempo y el surgimiento de la democracia, -en la misma Grecia-, la autoridad y la responsabilidad de los gobernantes se ha ido limitando y distribuyendo en cortes, congresos y cabildos. Las ciudades ya no son estados sino una de muchas dentro de un estado; y los estados se unen para formar países. De este modo, existen niveles de autoridad. Sin embargo, aún ahora, si usted y su extendida familia fincan un pequeño poblado, necesitarán de una autoridad que coordine los esfuerzos para un desarrollo ordenado. Mantener el orden será una prioridad. Dentro de ese orden y como un elemento fundamental para el desarrollo de la comunidad, se encuentra el plan de crecimiento urbano. Tendrán que decidir cuáles serán las políticas de crecimiento, de asignación de tierras, de uso de éstas. Decidir las etapas y las áreas hacia donde se extenderá la mancha urbana; así como presupuestar el costo de los recursos necesarios para ese crecimiento. Cada nueva finca requerirá de servicios de drenaje, agua y luz. Cada conjunto requerirá zonas de esparcimiento, vías de comunicación, escuelas, áreas de convivencia social y para la práctica de actividades religiosas. En fin, un plan que prevea la existencia y adecuado mantenimiento de todas las necesidades de la comunidad… ¡en los corto, mediano y largo plazos!

Por supuesto, no basta con decir qué lugar está asignado para la escuela. Es menester construirla y echarla a andar y mantenerla funcionando adecuadamente. Así con todas las cosas. Todo requiere planeación y ejecución; evaluación y acciones consecuentes. Todo tiene costos y requiere recursos. En los pueblos muy pequeños, el alcalde puede llegar a ser responsable de todo esto. De alguna manera, a pesar de lo mucho que es, todo puede reducirse al orden y en asegurar que se brinden adecuadamente los servicios.

A diferencia de esos pueblos, las grandes metrópolis han escalado a tal complejidad sus operaciones, que rebasan por mucho a las posibilidades de acción de un alcalde. Más aún si se trata de la capital de un estado o de un país, donde reside una autoridad mayor. En el caso de Monterrey, por ejemplo, la autoridad del alcalde se limita a un ámbito tan acotado, que con frecuencia lo vemos metiéndose en cosas que no le competen. Lo malo está en que, por distraerse con otros asuntos, termina por no hacer bien lo poco que tiene que hacer.

Tal vez estén sorprendidos de que, habiendo dicho que todo es más complejo, ahora diga que es poco. Trataré de explicarme. El problema de la seguridad, por ejemplo, ha llegado a tal escala, que los gobernadores han solicitado y/o aceptado ayuda de las fuerzas federales; resulta estar muy por encima de lo que pueda hacer un alcalde. Los servicios de agua y drenaje los maneja una empresa paraestatal que rebasa en su operación a los límites de la ciudad. El alcalde, eso sí, debería exigirles el cabal cumplimiento de sus funciones. Lo mismo pasa con la electricidad, administrada por la federación (CFE) y no por el municipio. Más aún, Monterrey tiene un área de parques y jardines que ha superado los cambios de administración municipal y prácticamente podría prescindir de ésta, que sólo sirve para gastar el dinero construyendo sus logotipos temporales.

Entonces. ¿Qué nos queda? Nos queda, enfáticamente, una sola cosa: la vialidad. Si un alcalde no hiciera nada más que resolver el problema de vialidad presente y por un futuro razonable, sería recordado como el mejor alcalde que haya tenido la ciudad en su historia moderna. Una sola cosa: VIALIDAD.

Imagino que si leyeran esto los alcaldes anteriores se indignarían y dirían que hay mucho más que hacer; especialmente, porque NO lo hicieron. Si al menos hubieran pavimentado las calles, pero ni siquiera eso hicieron. Algunos lo simularon; otros ni lo intentaron. Si no hicieron eso que les produciría ganancias varias, no podíamos esperar que coordinaran un buen diseño del plan de desarrollo urbano, o que resistieran la tentación de otorgar permisos de construcción en los cerros, sin el menor respeto por la naturaleza y pensando más en su bolsillo que en el enorme impacto ambiental causado. Después, culpan al clima por las inundaciones.

La actual alcaldesa tenía 100 propuestas ¡Cien! Que, bueno, después resultaron ser 90. Ella dijo que las cumplió todas casi inmediatamente. Aunque no hay un segundo piso en la avenida Gonzalitos ni un superpaso a desnivel que una a la Av. Lázaro Cárdenas con la Av. De La Luz. El punto es que más bien eran cosas como “Escuchar a los ciudadanos”, “Nombrar coordinadores deportivos” y “arreglar un parque”.  En la ciudad hubo construcciones sobre la vialidad que fueron financiadas y realizadas por la federación y sobre las que la alcaldesa dijo no tener idea de qué se estaba haciendo ni quién lo hacía, cuando ella debería coordinar todo ese trabajo.

No me malinterpreten. Hay muchas cosas por hacer. Todas ellas para lograr un desarrollo ordenado que mejore la calidad de vida de los habitantes. Asegurar que los ciudadanos reciban eficientemente todos los servicios necesarios, con la calidad requerida, es el trabajo de un alcalde. Debe ser, prácticamente, el gerente de la ciudad.

Entre más pequeña la ciudad, más involucrada estará la administración municipal en lograr todos los servicios; entre más grande, más labor de coordinación y menos de ejecución y, sobre todo, más enfoque en el control de a ejecución del plan. Claro está que, si no hay un plan, no hay nada qué controlar. Todo será, como es, un caos.